El primer pesebre de la historia


Tres años antes de su muerte se dispuso San Francisco de Asís a celebrar en el pueblo de Greccio, ( Italia) con la mayor solemnidad posible, la memoria del nacimiento del Niño Jesús, para aumentar la fe y la devoción de los fieles del pueblo.
Para que dicha celebración no pudiera ser vista como una rara novedad, pidió antes permiso al sumo pontífice; y, habiendo conseguido el permiso, hizo preparar un pesebre, consiguió algo de heno y mandó traer al lugar un buey y un asno. Reunió a los hermanos franciscanos, y vinieron todos los vecinos de aquel lugar.
El bosque suenan los cantos, y aquella noche bendita, lucía el esplendor de la brillantes y claras luces y de las antorchas, y con sonoros conciertos de voces de alabanza, se convierte en esplendorosa y solemne noche.
Francisco, el hombre de Dios, estaba lleno de piedad ante el pesebre, con los ojos derramando abundantes lágrimas y el corazón lleno de gozo. Se celebra sobre el mismo pesebre la misa solemne, en la que Francisco, discípulo de Cristo, canta el santo evangelio. Predica después al pueblo allí presente sobre el nacimiento del Rey pobre, y cuando quiere nombrarlo -lleno de ternura y amor-, lo llama «Niño de Bethlehem». (Belén)
Todo esto lo presenció un caballero cristiano y amante de la verdad: el señor Juan de Greccio, quien por su amor a Cristo había abandonado el ejército, y profesaba al varón de Dios una entrañable amistad. Aseguró este caballero haber visto dormido en el pesebre a un niño extraordinariamente hermoso, al que, estrechando entre sus brazos el bienaventurado padre Francisco, parecía querer despertarlo del sueño.
Dicha visión del devoto caballero es digna de crédito no sólo por la santidad del testigo, sino también porque ha sido comprobada y confirmada su verdad por los milagros que siguieron. Porque el ejemplo de Francisco, contemplado por las gentes del mundo, es como un despertador de los corazones dormidos en la fe de Cristo, y el heno del pesebre, guardado por el pueblo, se convirtió en milagrosa medicina para los animales enfermos y en defensa eficaz para alejar otras clases de pestes. Así, el Señor glorificaba en todo a su siervo y con evidentes y admirables prodigios demostraba la eficacia de su santa oración.


Grecio, Italia, Año 1223