La viña del Señor


Tener conciencia de los dones recibidos de Dios y de la prisa del tiempo. Este domingo nos invita a hacer una reflexión sobre el tiempo y sobre los dones que Dios nos ha dado en la vida. A veces advertimos que el tiempo de nuestra vida va pasando y, cuando queremos contabilizar los frutos que hemos dado para el bien del mundo, de la Iglesia y de las almas, nos encontramos con resultados muy pobres. ¿Qué ha pasado? ¿Hemos aprovechado con inteligencia y voluntad los talentos recibidos? ¿O hemos vivido como una viña distraída sin darse cuenta que su misión era producir uvas dulces? ¿O hemos vivido como los viñadores que pensaron más en sí mismos que en el amor del dueño de la viña? El tiempo sigue pasando, pero mientras hay vida, hay esperanza de conversión, de transformación. ¡Cuántas son las personas que al encontrarse con Madre Teresa y ser llevadas a su casa en Calcuta, descubrieron en aquellos pobres moribundos que ellos podían y tenían que hacer algo con sus vidas! No esperemos a mañana para hacer este descubrimiento. Veamos que Dios espera mucho de nosotros. Somos su viña, su viña preferida, y Él se alegra y es glorificado cuando producimos mucho fruto.
Los frutos están en relación con la obediencia a la acción de Dios. Ahora bien, para dar fruto es preciso ser obediente al plan de Dios. Cada uno tiene su propia vocación y ha sido puesto en un lugar de la Iglesia. Cada uno, pues, tiene una misión personal e intransferible. No la podemos realizar de cualquier modo o según nuestros caprichos. El éxito del progreso espiritual está en la obediencia al Plan de Dios, como lo vemos en la vida de los santos. El camino para conseguirlo es la identificación con Cristo obediente que sufre y ofrece su vida por la salvación de todas las personas. El progreso espiritual pasa siempre por el sufrimiento y el dolor. Quien quiera ser santo rechazando esta ley de salvación, se equivoca, y un día quedará amargamente desilusionado.