La Conversión


En el Adviento, tiempo sagrado de preparación a la Navidad, al nacimiento del Hijo de Dios, el Mesías y Salvador, se vuelve más clara y urgente la llamada de la Palabra de Dios a la conversión. En este segundo domingo escucharemos la llamada de Juan Bautista: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos” (Mt 3, 2). El Reino de los Cielos es Cristo mismo. En Cristo y a través de Él, el Reino de Dios se hace presente aquí y ahora. Al nacer Jesús en Belén, Dios mismo entra en la historia humana de un modo totalmente nuevo, como aquel que obra y salva. Por eso, el Adviento llama de modo especial a la conversión a Dios, a prepararle y allanar el camino, al arrepentimiento y confesión de nuestros pecados; es un tiempo de gracia, pues Dios viene a nuestro encuentro.


Puede que la llamada a la conversión nos resulte tan conocida que nos deje fríos. O puede que nos hayamos situado de tal modo en un modo de vida sin Dios, que pensemos no estar necesitados de conversión porque ya no sintamos ni tan siquiera necesidad de Dios. Él nos ofrece de nuevo este tiempo de gracia, nos invita a volver nuestra mirada hacia Él, a dejarle el espacio que le corresponde en nuestra vida. Pues cuando Dios desaparece, comienza la desgracia del hombre.

 
La conversión a Dios es una llamada que vale para todos. Exige una cambio de la mente y del corazón, un cambio total en el modo de pensar, de sentir, de ser y de obrar. Necesitamos unos ojos nuevos para ver con los ojos de Cristo, una mente nueva para pensar como El y un corazón nuevo para sentir como El. Necesitamos renovarnos interiormente despojándonos del ‘hombre viejo’ para revestirnos del “hombre nuevo creado a imagen de Dios para llevar una vida santa” (Ef 4, 22-24). La inclinación al poder, al tener y a la autosuficiencia nos lleva a construirnos nuestro propio reino de espaldas a Dios, a instalarnos en él y a marginar a Dios y a su Reino.

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Convertirse significa, pues, abandonar la propia suficiencia y la falsa seguridad en sí mismo y en los propios caminos en la búsqueda de la felicidad para retornar a Dios, a Jesucristo y a su Evangelio. Mejor: convertirse es dejarse encontrar por Dios que sale a nuestro encuentro en Cristo, dejarse abrazar por El, dejarse perdonar los pecados y reconciliar por Dios en su Iglesia, cambiar de orientación en la propia existencia y buscar el apoyo en Dios.

 
La figura de preparar el camino al Señor o allanar sus senderos de Juan Bautista expresa y exige por nuestra parte actitudes de humildad y rectitud, veracidad y justicia, fe y esperanza en la salvación que sólo Dios puede darnos. Esta es la buena noticia del Adviento: Dios nos ama y se acerca como Salvador. Si le dejamos entrar en nuestra vida, entonces todo cambiará en nosotros: la tristeza se convertirá en alegría, la desesperanza en fe, el miedo en fortaleza, la esclavitud en libertad, el egoísmo en amor.


Con mi afecto y bendición.


Casimiro López    

Obispo de Segorbe-Castellón