¿En dónde vives?


¡En el camino de la vida diaria podéis encontrar al Señor! Los discípulos fueron a la orilla del río Jordán para escuchar las palabras del último de los grandes profetas, Juan el Bautista, oyeron como decía que Jesús de Nazaret era el Mesías, el Cordero de Dios. Ellos, llenos de curiosidad, decidieron seguirle a distancia, casi tímidos y sin saber que hacer, hasta que Jesús, volviéndose, preguntó: «¿Qué buscáis?», empezando aquel diálogo que dio comienzo a la aventura de Juan, de Andrés, de Simón «Pedro» y de los otros apóstoles (cfr. Jn 1,29-51).
Precisamente en aquel encuentro sorprendente, expresado con pocas y esenciales palabras, encontramos el origen de cada recorrido de fe. Es Jesús quien toma la iniciativa. Cuando Él está en medio, la pregunta siempre se da la vuelta: de interrogantes se pasa a ser interrogados, de «buscadores» nos descubrimos «encontrados»; es Él, de hecho, quien desde siempre nos ha amado primero (cfr. 1Jn 4,10). Ésta es la parte principal del encuentro: no hay que tratar con algo, sino con Alguien, con «el que Vive». Los cristianos no son discípulos de un sistema filosófico: son los hombres y las mujeres que han hecho, en la fe, la experiencia del encuentro con Cristo (cfr. 1Jn 1,1-4).
Vivimos en una época de grandes transformaciones, en la que cambian rápidamente ideologías que parecía que podían valer para siempre, y en el mundo se van cambiando los confines y las fronteras. Con frecuencia la humanidad se encuentra en la incertidumbre, confundida y preocupada (cfr. Mt 9,36), pero la Palabra de Dios no pasa; recorre la historia y, con el cambio de los acontecimientos, permanece estable y luminosa (cfr. Mt 24,35). La fe de la Iglesia está fundada en Jesucristo, único salvador del mundo: ayer, hoy y siempre (cfr. Hb 13,8). La Palabra nos lleva a Cristo, porque a Él se dirigen las preguntas que brotan del corazón humano frente al misterio de la vida y de la muerte. Él es el único que puede ofrecer respuestas que no engañan ni decepcionan.