Jairo y su hija


Vemos a un hombre arrodillado a los pies de Jesús. Se acerca a Él. Saben que puede solucionar su problema, satisfacer sus deseos. Jairo anhela que su hija no muera. “Mi hija está enferma. Ven a imponerle las manos para que se salve y viva”. “La niña no ha muerto, está dormida...
Qué grande es el hombre cuando, tiene conciencia de su pequeñez y sabe buscar lo que necesita en Aquel que es verdaderamente grande. El corazón del mismo Dios se conmueve al ver la actitud de sus hijos que acuden a Él como verdadero Padre. El que ama y se sabe amado, no tiene miedo de pedir y no se reserva nada cuando se trata de dar.
Pidamos, pero no como quien cree merecerlo todo. Pidamos conscientes de que Dios nos ama, aunque no lo merezcamos. Aún más, nos ama en nuestra debilidad, que nos acerca a Él. Y así como le pedimos, sepamos ofrecerle el homenaje de nuestra fe y nuestra confianza total. No dudemos de su amor, que quiere darnos todo lo que realmente necesitamos, quiere curarnos de nuestra enfermedad, quiere darnos la verdadera vida.
El evangelio de hoy nos presenta a un enfermo que acude al médico para pedir que cure de su verdadera enfermedad. Si el fue curado, ¿qué necesitamos nosotros para lograr nuestra curación?Primero de todo saber qué me pasa, qué me duele, qué molestia siento pues siempre tenemos alguna molestia. Podemos padecer el cáncer de la inmoralidad o la pulmonía del enfado que nos hace reñir con todo mundo. Una vez localizado nuestro mal lo siguiente es acudir al doctor, a la Iglesia, al sacerdote, para que sane la dolencia del alma.
Cristo curó a esta enferma, pero Él decidió el momento. Sólo necesitó el arrepentimiento sincero de su corazón. ¿No nos estará pidiendo Cristo lo mismo a nosotros? Estemos seguros de que si tomamos la actitud de este enfermo con seguridad seremos curados. Cristo jamás se deja ganar en generosidad. Si le damos uno Él nos dará el doble, según nuestra necesidad.